miércoles, 29 de septiembre de 2010

Más flores




No es un motivo que me guste mucho pintar, quizá ,porque no quedo contenta con el resultado final.Pero, quiero mostraros algunos dibujos, al pastel,de años atrás.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Amapolas


Este cuadro ,de 150x100,es el más grande que he pintado hasta la fecha. Se trata de un encargo y, mientras lo iba manchando de colores, he recordado aquellas palabras de Woordsworth que decian:

"Aunque ya nada pueda devolver la hora

del explendor en la hierba,

de la gloria en las flores,

no os apeneis porque siempre

perdurará la belleza del recuerdo".

lunes, 6 de septiembre de 2010

Crítica Eva Magallanes


Critica de Eva Magallanes de agosto a Maite Rubert y Antonio Arroyo, "Una idea, Mucho arte"


Hola amigos.


Después de este mes lleno de vuestras ricas, magnificas y abundantes aportaciones volvemos a disfrutar de la crítica de Eva Magallanes , y en este caso por partida doble.


Impulsada por vuestra creatividad Eva nos obsequia en esta ocasión con dos estudios, los elegidos por ella han sido Maite Rubert, Funambulista, rotulador y lápices acuarelables, sobre papel 28x21 cm y Antonio Arroyo, Acuarela sobre papel, 45x30 cm


El blog de Eva Magallanes es el siguiente:
www.lacalarealidadyficcion.blogspot.com

Maite Rubert, Funambulista, rotulador y lápices acuarelables, sobre papel 28x21 cm


Delicada pero incisivamente Maite Rubert remueve las bases composicionales de la toma fotográfica estableciendo un entramado de diagonales y un nuevo orden en el espacio y en el tiempo. Sin provocar un trastoque violento en la percepción del espectador, consigue una transformación intensa que toma cuerpo -sutil y gradualmente- hasta que, casi inadvertidamente, reparamos estar en otra dimensión. Se aplica un color que no estorba en la percepción de estas modificaciones.


Sin duda, es en la única figura humana que se rescata de la imagen original y en la cuerda -signo potente que se agrega- donde de manera inmediata se instala el foco de atención, sin embargo para que la introducción de estos “iconos” funcione formal y significativamente de manera coherente, la pintora genera una serie de cambios que son mucho más trasgresores de lo que parecen a simple vista: mantiene exclusivamente las formas arquitectónicas esenciales para preservar el vínculo con la fotografía, elimina el fragmento de árbol del primer plano multiplicando dicho elemento lateralmente y generando con ello, una fuerte diagonal que energiza y dinamiza y que convierte al plano en un potente y aguzado ángulo con un punto de fuga profundo y central. Invierte los espacios y así, los sentidos, recortando sin cautelas la superficie inferior (pileta y calle) convirtiéndole en extenso cielo; la línea del horizonte baja, las personas desaparecen y surgen una atmósfera y un ambiente radicalmente opuestos a lo que nos muestra la propuesta inicial. Al eliminar el suelo (la tierra), Rubert deja a la imagen sin asidero, sin soporte, provocando una alteración muy sugestiva repleta de insinuaciones, ambigüedades e ilógicas sensaciones. Perdemos un vital punto de referencia, la escena parece estar suspendida en las alturas, flotando sobre el mundo y su presente, atravezada por este hombre extirpado desde allí y que, impertérrito, continua su ciego caminar mientras la realidad ha desaparecido y su existencia pende de una cuerda floja… desde allí podemos interpretar esta iconografía como metáfora de la vida y su fragilidad, como vulnerable ficción lo que nos rodea.


Queda una mínima señal de lo que fuera la alberca, suficiente para intensificar la “diagonalidad” de la Obra e inferir sugestivas conclusiones… ¿es que la construcción se alza sobre la techumbre de un edificio mayor, un colosal pedestal la sostiene, se trata de unos estilizados pero gigantescos árboles, qué truco sustenta a este otro mundo, es la superposición de los tiempos la que se manifiesta en estos espacios tergiversados?. La arquitectura nos retrotrae al ayer, despojado de presencias y sumido en el silencio, pervive en algún sitio paralelo desde donde nos observa, el hombre -el aquí y el ahora- ignorante de esa mirada pretérita, la soga: signo del cruce de los tiempos, un traslape temporal que derriba la visión lineal de lo pasado, lo presente y lo futuro, convenciones que, en definitiva, arman aquello que llamamos realidad.